Siempre que iba a visitarte me llevaba a la vuelta una nueva enseñanza y un puñado de rosas. Como aquella vez que fuimos con mi madre y todos salimos con tu sonrisa en nuestros labios. No importaba el largo viaje ni aquella loma de tu casa sobre la cual nos esperaba un nuevo aliento. De cada encuentro brotaba la fuerza y la confianza como hoy de cada recuerdo luz y esperanza. No existe el pasado ni la muerte sólo la pereza del que ha dejado de ser fuerte y cree que sobre aquella loma ya no hay nada. Dedicado a Gaspar Jorge García Galló (1906-1992)
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