Una de cal y otra de arena

Comencemos por la cal, la que quema la piel con un simple contacto:

¿Han sentido alguna vez esa sensación de dejarse arrebatar por un libro? Estoy segura de que sí, porque este Diario tiene la suerte de contar con muchos amantes de los libros entre sus lectores. Y, siendo amante de los libros, ¿es acaso posible no haber tropezado alguna vez con un volumen que te mantenga como atrapado, que no puedas abandonar desde el mismo momento en que lo abres por vez primera? Sobre todo cuando acabas de salir de un texto que casi se pudiera calificar como académico por lo erudito y serio del tema, aunque  por suerte tratado con cierta poesía y hasta exquisitez que lo hace ciertamente más legible... No hay nada entonces como la sensación de sentarse a leer y dejarse llevar por la magia de un lenguaje que parece poner desde la primera página bajo tus pies una alfombra tejida con hilos de oro, de esas que tienen la capacidad innata de levantarse por los aires y llevarte consigo a mundos que, sin sospecharlo siquiera, estás deseoso de conocer; mundos que se presentan a tus ojos ya estructurados pero asechadores de tu participación, tu pensamiento, sin el cual no tendrían vida ni sentido... Y en la primera sentada te sorprendes de haber devorado 70 páginas, y te sorprendes también del poco tiempo que te han tomado, porque las has leído con toda la atención posible, la atención que reclama el texto por derecho propio, y esto hace que el tiempo se desdoble para tí en esa otra dimensión profunda que desmiente la linealidad de su superficie.
Si, estoy leyendo a Saramago.
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Y ahora viene la de arena, la que se escapa entre los dedos alegremente:

Hoy, antes del arrebato de lectura que les acabo de contar, de hecho cuando me preparaba para ir a buscar un libro a la biblio que no sabía si sería este o no, me entretuve un rato preparando estos tres lindos paquetitos que vienen a retomar en este nuevo año mi 'tradición' de regalos anónimos (que no es idea mia pero que he adoptado con todo gusto) esos que me gusta dejar por ahí de vez en cuando para que otras personas los encuentren. Pequeños regalitos que no me cuestan prácticamente nada (un sobrecito de té, un marcador de libros) y que puede que terminen alegrándole el día a alguien...



Los dejé en la biblioteca, sin que nadie me viera, colocados en lugares estratégicos donde no llamaran mucho la atención pero donde tampoco pasaran desapercibidos, y fui a sentarme, con mi poco de cal entre las manos, a leer. No supe quién los recogió, ni vi sus caras al hacerlo -tan absorta como estaba en la lectura-, pero al marcharme ya no estaban ahí. :)



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Comentarios

  1. Es que Saramago es tan especial... aquí mi opinión al respecto, Elena: http://jimeneydas.blogspot.com/2011/06/leyendo-saramago.html

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  2. Gracias por el link, jimeneydas! Sin falta ire a leerte! Saludos!

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  3. He ahí más regalos de duendes, sin duda especiales. ¡Besos!

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