Comenzando Julio (un par de reseñas y algo más)

En estos días he querido escribir aquí sobre muchas cosas, pero ahora que encuentro el tiempo no me viene nada a la cabeza. Han sido días de locos, una semana atareadísima en la que me he sentido muy hogareña (con espacios para lavar, planchar, coser, cocinar, recibir visitas, interactuar varias horas con una bebé de seis meses, terminar una serie de cuatro acuarelas…) y muy cansada –todo hay que decirlo-, pero ya terminó y ahora sólo falta recuperar el ritmo tan sano que traíamos. 

Ocupada y todo como estaba, encontré tiempo para terminar de leer un libro que tenía medio abandonado por aquí, y comenzar y terminar un segundo. El primero del que les hablo es Kokoro. Ecos y nociones de la vida interior japonesa de Lafcadio Hearn y que, de haberlo terminado a tiempo, me hubiera gustado comentárselos junto al de Kipling por su similitud de temas. La verdad es que, aunque me interesaba bastante, el libro no llegó a ‘engancharme’ y terminé por intercalar otros antes de terminar su lectura. Tiene algunos relatos memorables que aparecen hacia el final del libro pero el inicio dedicado a una especie de diario en el que recoge las impresiones de una parte de su larguísima estancia en Japón me resultó un poco… eeeh… no tan interesante como el de Kipling. A lo mejor no hice bien en leerlos más o menos paralelamente. Hearn es una de las autoridades en cultura japonesa. Vivió en Japón desde 1890 hasta su muerte en 1906, se nacionalizó japonés, se casó con una japonesa y hasta se cambió el nombre por Yakumo Koizumi. Según el discurso de una especialista en literatura japonesa que conocí hace poco, Lafcadio Hearn adoró al Japón y eligió ver en la realidad el ideal que ya se había formado a priori. No por eso su obra deja de ser un documento muy importante para entender un poco más a los nipones y su cultura, por lo que –dejando de lado mi impresión completamente subjetiva, motivada evidentemente por el cansancio, el calor y el influjo de otras lecturas-, es algo que los interesados en este tema no deberían dejar de leer.

El segundo libro que leí esta semana de punta a cabo en los ratos que le robé a todo lo que tenía que hacer fue Cuentos de los Hermanos Grimm. Era un pendiente que tenía después de leer los cuentos de Hoffman y las leyendas de Bécquer y, para mi sorpresa, lo encontré no precisamente en la sección de infantiles de la biblioteca sino en la de antropología. Esta edición mantenía los cuentos con toda la crudeza con que fueron recogidos por los H. Grimm, organizados por tópicos desde los de animales hasta los de fantasmas, y esto los hizo doblemente interesantes y apropiados para una lectura ‘adulta’. Son archiconocidos, así que no me extenderé en reseñarlos. Los recomiendo mucho, si acaso no los han leído aun, en esta versión ‘no infantil’. Son un hermoso exponente del romanticismo alemán. 

También encontré tiempo para llevar estos dos textos ya terminados a la biblioteca y regresar con otros dos que ya les comentaré en su momento y, por el camino, inmortalizar esta imagen para mostrarles por lo que estamos pasando… ¡y sólo estamos a principios de Julio!


A continuación les copio uno de los cuentos que más me gustó de los hermanos Grimm. ¡Espero que les resulte una buena lectura para comenzar la semana!

La duración de la vida


Cuando Dios terminó de crear el mundo, quiso determinar la duración de la vida de todas las criaturas. Entonces vino el burro y le preguntó:
- Señor, ¿cuánto tiempo debo vivir?
- Treinta años- respondió Dios-. ¿Te conviene?


- ¡Ay, Señor! – respondió el burro – es mucho tiempo. Considera mi penosa existencia: llevar pesadas cargas de la mañana hasta la noche, tirar de los sacos de grano, hasta el molino para que otros coman el pan, sin más estímulos que palizas y patadas. ¡Dispénsame una parte de ese largo tiempo!
Entonces Dios tuvo clemencia y le eximió de dieciocho años. Consolado, el burro se fue y apareció el perro.
- ¿Cuánto tiempo quieres vivir tú?- le preguntó Dios.. Al burro le parecen demasiado treinta años, pero tú estarás contento con eso.
- Señor- respondió el perro- ¿es esa tu voluntad? Considera lo que tengo que correr, mis piernas no lo soportarán por tanto tiempo. Y una vez haya perdido la voz y no pueda ladrar, y los dientes y no pueda morder, ¿qué me quedará sino andar gruñendo de un rincón al otro?
Dios vio que tenía razón y le rebajo doce años. Después vino el mono.
- A ti te gustaría vivir treinta años, ¿verdad?- le preguntó el Señor-. No necesitas trabajar, como el burro y el perro, y siempre estás de buen humor.
- ¡Ay, Señor…! – respondió él- lo parece pero no es así. Cuando llueven gachas de mijo, yo no tengo cuchara. Siempre tengo que hacer travesuras y muecas para divertir a la gente, y cuando me echan una manzana y la muerdo, resulta que es ácida. ¡Cuán a menudo la tristeza se oculta tras la risa! ¡No podré soportar eso!
Dios sintió compasión y le descontó diez años.
Finalmente compareció el hombre, dichoso, sano y fresco, para pedir a Dios que determinará la duración de su vida.
- Vivirás treinta años- dijo el Señor-. ¿Te parecen suficientes?
- ¡Qué tiempo tan corto! – exclamó el hombre. Justamente cuando haya construido mi casa y el fuego arda en mi propio hogar: cuando florezcan y den fruto los árboles que haya plantado y cuando me disponga a disfrutar de mi vida, ¡entonces deberé morir! ¡Oh, Dios, prolonga mi tiempo!
- Te añadiré los dieciocho años del burro- dijo Dios.
- Eso no es suficiente- replicó el hombre.
- Tendrás también los doce años del perro.
- Todavía es demasiado poco.
- Pues bien – dijo Dios-, te daré además los diez años del mono, pero más no recibirás.
El hombre se fue, pero no quedó satisfecho.
Así es como el hombre vive setenta años. Los primeros treinta, que rápidamente quedan atrás, son sus propios años: entonces está sano, con buen ánimo, trabaja con gusto y disfruta de su existencia. Después siguen los dieciocho años del burro y a lo largo de ellos, se le impone una carga tras otra: tiene que acarrear el grano destinado a otros, y golpes y puntapiés son la recompensa por sus fieles servicios. Luego vienen los doce años del perro: entonces anda gruñendo por los rincones y ya no tiene dientes para morder. Y cuando este tiempo ha transcurrido, los diez años del mono hacen de despedida: el hombre chochea, se chifla y comete bufonadas que despiertan la irrisión de los niños.


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Comentarios

  1. que cuento mas bueno, me alegro leerlo, gracias, saludos.

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  2. Pues Pelusa querida, te cuento que este año me estoy leyendo todo Murakami (ya sólo me falta el del despiadado país de las maravillas, de los que hay en español). Ayer me he leído Emaús de Baricco que me encantó y que, si estás interesada, puedo enviarte en versión digital. Y tengo la fiebre japonesa, luego llegaré a algunos de Kawabata (a quien ya leí y me gustó mucho) y, para compensar, McEwan y algunas novedades locales... este año, me estoy portando mucho mejor de lecturas :D Sobre el calor, nuestra primavera ha sido asfixiante y el verano está de inundación. Espero saber pronto qué libros son los que tienes en el tintero, un beso grande de acá.

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