Desencanto

La muerte. La ingenuidad humana. La insolencia humana frente a la naturaleza. Y es que el mundo no está hecho a la medida del hombre. El hombre no es medida más que de su propia estupidez. 

Y frente a todo esto, la solidaridad. Ríos de solidaridad. Menos mal que la tenemos aunque, por otra parte, solo aparece en momentos así. El corazón de los hombres está abierto hacia abajo, bien lo sabía Roerich. Cuando el otro lo ha perdido todo no dudamos en ayudarlo, pero solo entonces. 

"Nadie se va a morir de hambre por darme una moneda para comer", era el lamento de aquel rumano que había llenado el tren  de música con su acordeón. Su música traía alegrías de lugares, de épocas que ya no están más. Me hizo acordarme de mi hermano, la única persona que he conocido que no sale de casa sin unas cuantas monedas en los bolsillos para donar a quien se las pida. En aquel largo tren no hubo uno como mi hermano, nadie prevee la pobreza que verá al salir de casa, nadie acepta que sentirá compasión,  ni siquiera yo.

Si el músico hubiera estado en Valencia, si hubiera sobrevivido a la ríada mortal, hoy quizás estuviera recibiendo más ayuda que la que sacó de aquel tren. 

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