La beata

Estimada Flor de María:

Quisiera hoy, con tu permiso, hacer una pausa en el diálogo para contarte esta historia que también tiene que ver con lo que hablamos.
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Estaba pensando que aquel cuadro no parecía haber sido pintado en Cuba. De la riqueza cromática del trópico el pintor cubano había escogido quizás los colores menos representativos.
Yo había visto dos veces las costas de Cuba desde altamar y en cada ocasión me había impresionado la viva intensidad de los colores que se disfrutaba desde cubierta al amanecer. A pesar de estar en plena faena, ni los marineros rusos podían renunciar al deleite de contemplar la entrada a la Habana desde el mar. Nada conocía yo de pintura, pero solía recorrer durante horas las salas del Hermitage, repletas de imágenes, figuras y colores, y aquella pausada aproximación a mi ciudad desde tan lejos, aquella perspectiva de mi Habana desde la borda, me producía la sensación de estarla viendo como enmarcada, como si desde los bordes de un cuadro me asomara de pronto a otro paisaje...
No, no parecían aquellos en modo alguno los colores de Cuba. Tan pálidos, tan borrosos, tan... místicos. Y sin embargo, de entre los cuadros de Amelia, Servando, Gattorno, Serra, era aquel único misterio de Ponce el que parecía reinar en toda la sala.
Yo estaba de visita y mientras contemplaba el cuadro y reflexionaba, saboreaba mi té sentado en el sofá a unos pasos de la puerta. De pronto, alguien tocó el timbre desde abajo y a los pocos minutos entraron en la sala dos jóvenes vestidos de uniforme que venían mandados por sanidad a inspeccionar los depósitos de agua. Mientras esperaban se les autorizara a pasar, los dos se quedaron por unos minutos como encantados frente a la imagen que los observaba desde el cuadro con su palidez resignada y digna, como de moribunda.
Quizás fue su vértigo ante el abismo de aquellos ojos muertos, hundidos en sus hábitos blancos como en su sepulcro, lo que les obligó a trasladar la visión del hoyo a los bordes para que la perturbadora beatitud de la imagen se desvaneciera sin dejar rastro por entre los poros del material y los espesos trazos del pincel.

- ¿En qué está pintado ese cuadro? – se apresuró a preguntar uno, acercándose como un escolar tímido a la pared con las manos entrelazadas a la espalda.

El otro no lo pensó mucho. Avanzó a grandes pasos hacia el marco y alargó el brazo con un ademán enérgico como para cerrar de un golpe la ventana sobre la imperturbable cara de la intrusa. Sin embargo, a unos centímetros de la imagen su mano se recogió en un puño y el índice se adelantó a palpar deseoso la impoluta virginidad de la beata. La respuesta resonó seca, como un chasquido.

- Es papel de cartucho.

Hacia las once, el sofocante calor del trópico se había hecho infernal en aquella mañana de verano en la que la humedad y el bochorno no dejaban ver el cielo.
Gustavo Pita Céspedes

Comentarios

  1. Fuí a buscar a La Beata que mencionas y he encontrado tantas que no supe que hacer.


    Me he imaginado todo lo que dices pero necesito ver la pintura para opinar y es que mi mente está obnubilada y no me deja pensar.


    ¿Cuál es la historia de La Beata?, ojalá no pienses que soy una, aquí en mi país no sería muy agradable serlo.

    Saludos a ti y a la Pelusina.

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  2. Gustavo Pita Cespedesmarzo 01, 2010 7:53 p. m.

    No, Flor de Maria, claro que no se refiere a ti. Esta narracion que refleja a grandes rasgos un hecho que ocurrio delante de mi en la realidad trata de la relacion entre el hombre y el arte.
    El pintor al que me refiero se llama Fidelio Ponce de Leon (1895-1949), a quien pertenece una serie de cuadros titulada "Las beatas" a la cual pertenece el cuadro que yo menciono.
    Si escribes el nombre del pintor completo en Google, encontraras muchas imagenes de esta serie de beatas. Ahi te puedes llevar una idea del cuadro de mi historia.
    Muchas gracias por tu comentario.
    Con el afecto de siempre;

    Gustavo.

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  3. Fiuuu!!! salvada.


    Así con más datos lo buscaré, regreso Gustavo.

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