Cotidianidad del Samsara.


"Tres preguntas Profesor:
¿Cómo saber cuál es la voluntad de Shopenhauer?
¿Cuál es la lógica de Hegel?
¿Para entenderte, debo leerlos a ellos?
Eso sería cruel para mi.
Última: ¿Qué es Samsara?
Y una forma muy fácil que te diría para barrer, es que si ves que hay muchas hojas regadas y el viento las riega por todos lados, pues solo barre para donde va el viento y las vas recogiendo de a poco y así ya no te metes en tantos líos de pensar y pensar."
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Para evitarme la paradoja de escribir al dirigirme a ti algo como “estimada Malquerida”, voy a apelar simplemente a tu nombre que me parece, además, muy hermoso.
Flor de María:

Muy bueno tu más reciente comentario. Te lo agradezco y te aseguro que si en lo sucesivo tengo la suerte de volver a barrer las tumbas de aquel cementerio, ensayaré sin falta la manera de hacerlo que me aconsejas.
Mucho se ha hablado y escrito acerca de la división entre el trabajo intelectual y el manual, y alguien ha llegado incluso a afirmar – a mi juicio con acierto – que la oposición es en el fondo ficticia, porque si el trabajo es creador en cualquiera de sus esferas hay tanto en él de intelecto, como de músculos, tanto de razón como de sensibilidad... Y sin embargo, no es menos cierto que por las condiciones en las que nos educamos y vivimos, solemos las más de las veces estar unilateralmente desarrollados, y que para alguien que se dedica esencialmente a las llamadas funciones intelectuales un acto al parecer tan sencillo y común como el de tomar una escoba y ponerse a barrer, puede conferir de pronto a su vida un vuelco revolucionario. No sé si has leido algo del escritor ruso Nicolás Gógol, pero en uno de sus cuentos narra la historia de un gris funcionario menor, una especie de copista llamado Akakii Akakievich, quien llevaba una vida chata y lineal, y pasaba absolutamente inadvertido u olvidado en su medio. Pues bien, para cambiarle la vida a este señor de modo que diera un conmovedor vuelco de 180 grados, bastó con que un buen día al levantarse se diera cuenta de que se le había roto el sobretodo...
Ahora bien, en cuanto a los términos schopenhaueriano y hegeliano, como son palabras que lo que hacen en su contexto es calificar a otras, es decir, a "voluntad" y a "lógica", puedes sencillamente ignorarlas para que no te dificulten más la comprensión. Con todo, sería una lástima que por mi ligereza en el manejo de las palabras te fueras a formar una mala imagen de Schopenhauer o de Hegel, sobre todo porque sus obras no merecen ser ignoradas y son de seguro más dignas de lectura que cualquiera de las cosas que escribo o intento escribir. Tanto el uno como el otro fueron seres humanos como cualquiera de nosotros y el simple hecho de que lo hayan sido es ya un motivo para que nos interesemos por conocer, al menos, qué tipo de personas fueron, qué les incitó a indagar en el mundo del pensamiento y por qué se les menciona tanto. Así de paso podemos tratar de entender otra de las tantas maneras de vivir que existen y que al menos en la superficie asemejan ser totalmente diferentes de las que llevamos nosotros... 
Barrer hojas, por cierto, parece una acción muy simple, la cual no requiere para nada de las complejidades del pensar, y mucho menos de los enredos del pensamiento filosófico. Y sin embargo, cuando aparte de barrer nos detenemos a pensar cómo es que barremos (o cómo es que realizamos cualquier otra acción humana, por sencilla que parezca) estamos dando ya el primer paso para poder enseñar a otros a hacerlo y para crear un aparato o artefacto que reproduzca los movimientos humanos durante el desempeño de esa u otras acciones.
De la misma manera, la forma en que la cabeza del hombre trabaja, el modo en que el ser humano piensa o siente parece ya en sí lo suficientemente compleja como para que alguien – digamos, liberado por un aparato de las funciones del barrer que robarían su precioso tiempo – se dedique para colmo a pensar sobre el pensar como “lloviendo sobre lo mojado”. Y sin embargo, cuando por alguna razón se daña en un individuo humano la función del sentimiento o del pensar, qué importante resulta que alguien haya dedicado antes su tiempo a reflexionar acerca de la manera cómo los humanos sentimos o pensamos, porque de lo contrario, tendríamos menos posibilidades de tratar de componer – como lo hacen a su manera en sus respectivos campos el filósofo, el psicólogo o el psiquiatra – las funciones lógicas o emocionales que se han dañado. Y es en realidad tan importante que ellos existan, como que existan los relojeros y los técnicos cuando se nos descompongan nuestros relojes o nuestros ordenadores.
Como padres, todos quisiéramos que la vida de nuestros hijos transcurriera de la mejor manera posible y sobre todo, que tuviera un sentido. El problema de la educación del ser humano sigue siendo en nuestros días uno de los fundamentales y de él depende incluso hoy la supervivencia de la especie humana y de la Madre Tierra. Pero ¿cómo educar a un ser humano, qué significa que la vida sea humana, cuál es finalmente su sentido? Para esto, como en el caso del barrer, no basta con haber barrido bien, o con que cada cual haya vivido, en la parte que le toca, humanamente, sino que es importante también que alguien haya reflexionado y reflexione constantemente sobre la manera humana de vivir, así como sobre la forma más adecuada de hacer las cosas.
Yo creo que la obra de Hegel y de Schopenhauer, como la de cualquier filósofo, está motivada por esta preocupación fundamental y que hay en realidad muchas cosas que podemos aprender de todos ellos. Por ejemplo, Hegel nos enseña a tener paciencia y a ser optimistas, porque aunque en la vida haya todo tipo de conflictos y contradicciones, tarde o temprano a través de ellas se abren paso la Belleza, el Bien y la Verdad; de manera que pese a todos los entuertos y sufrimientos de la existencia, el Universo está movido por una profunda racionalidad y hasta las fuerzas demoníacas, que no desean más que el Mal, no logran al final con su maldad otra cosa que generar el Bien (por cierto, en esencia, esto era lo que había explicado ya San Agustín). Siendo así, de todas las experiencias por las que pasamos los seres humanos, sea en la esfera de la acción o del pensamiento, podemos extraer siempre un sentido, una enseñanza, una lección; y es lo más constructivo que cuando incursionemos en el pasado lo hagamos no como quien entra en la galería que expone los ruinosos residuos de las derrotas, sino los trofeos de las victorias de la acción y el pensamiento humanos.
Pero si para ahorrarte tiempo y esfuerzos quieres recibir en una imagen musical lo que la filosofía de Hegel (1770-1831), pese a sus dificultades de comprensión quiere transmitirnos, yo creo que lo mejor que puedes hacer es oír el famoso Allegro de la Novena sinfonía (terminada en 1824) de Beethoven (1770-1827)... Si cuando la escuches recuerdas que, para la época en que la compuso, Beethoven estaba ya totalmente sordo, recibirás con ello otra confirmación complementaria del mensaje de Hegel, porque ¿puede haber desgracia peor para un músico y compositor que ensordecer?... y no obstante, no pierde por ello Beethoven su afán de hacer música, de componer una obra que canta precisamente a la alegría y a la vida...
En cuanto a Schopenhauer (1788-1860), lo que a mí me impacta de su filosofía es su comprensión de que por muy profundo que sea el pensamiento, nada puede lograr en la realidad si no lo mueve el poderoso impulso irracional de la voluntad, de modo que ésta es en el fondo una fuerza mucho más fundamental que la Razón. Y a propósito, me parece que sin ir demasiado lejos, una noción semejante puedes encontrarla también en la concepción de los cuatro enemigos principales que amenazan al hombre, según se la explica al antropólogo Carlos Castaneda su maestro, el indio yaqui mexicano conocido como Don Juan: Cuando el hombre vence a su primer enemigo, el miedo (lo que pudo ser como antecedente de la filosofía la mitología con su temor a los dioses), ocupa inmediatamente su lugar otro no menos temible: la claridad (esta, a mi juicio, puede equiparase, en el sentido de nuestra conversación, a la Razón hegeliana – porque ser muy inteligente es también un peligro, ya que siempre puedes inventarte algún motivo racional para no hacer el Bien, o en general, para no hacer); pero tan pronto el hombre vence a la claridad, viene a sustituirla el otro adversario, aún mucho más peligroso que es el poder, porque tener la capacidad de hacer lo que a uno le da la gana sin ninguna reflexión, temor, miramiento o limitación constituye a su vez un tremendo peligro, un riesgo temible no sólo para los demás, sino en primer lugar, para uno mismo (a esto se refiere también, como te decía, Schopenhauer, y más tarde, Nietzsche). Y por último, el contrincante más terrible, el que amenaza con destruir definitivamente al hombre es el deseo de descansar y olvidar, el deseo de renunciar a la lucha, de dar la espalda a los desafíos y, de una vez y para siempre, rendirse...
De modo que independientemente de que ya sepamos cómo barrer o, en general, de que ya dominemos algo, es fundamental que no perdamos nunca el afán y el interés por aprender otra cosa nueva, de abrirnos a una visión distinta y novedosa de la realidad; pero no menos importante es que aunque el conocer cómo trabajamos, cómo barremos, nos permita crear aparatos que nos alivien las molestias del trabajo físico, no nos acomodemos nunca y tomemos la escoba o la azada para que ninguna máquina nos desplace del trabajo activo consciente, porque entonces dejaríamos de ser inteligentes y sensibles y, en general, dejaríamos de ser humanos...
Entonces, tan provechoso como que actuemos es que sepamos cómo actuamos, siempre que este conocimiento, transformado en alguna ingeniosa máquina no nos usurpe nuestra capacidad de hacer, no nos induzca a la apatía, a la pereza o a la búsqueda del descanso como objetivo último de la existencia. Porque los intrumentos de la cultura no existen para que nos acomodemos, sino para que seamos más activos, eficientes y creativos en una dimensión nueva, mucho más alta.
Si además de vivir humanamente, no hubiera reflexionado alguien sobre la manera de llevar una vida humana, cada generación tendría que volver a intentarlo desde el inicio y no se acumularía nada; pero por otra parte, la simple acumulación de conocimientos acerca de la vida humana, sin la voluntad y la intención del ser humano de ejercitarlos y humanizar todavía más su vida tampoco conduciría a ninguna parte, porque los conocimientos son instrumentos y no fines. (Hoy en día, por ejemplo, los hombres siguen guerreando entre sí, por eso decía el poeta hindú R. Tagore que cuando el hombre vence a sus enemigos con sus armas, lo que sucede en realidad es que sus armas lo vencen a él, es decir, al ser humano). En ninguno de los dos casos se produce un avance real, sino que la especie sigue moviéndose en un círculo vicioso y reproduciendo una y otra vez el mismo patrón tonto y violento de conducta, sin ninguna superación esencial, sino sólo de un modo distinto, así sea con una apariencia más científica o tecnológicamente avanzada.
Y es que tanto la repetición mecánica de la misma conducta, como la simple variación de la forma de la misma conducta, siguen siendo círculos viciosos de los que el ser humano no logra escapar si no aprende, si no llega a comprender dónde está el problema y no se hace consciente de que sigue chocando con la misma piedra, reproduciendo ciegamente, una y otra vez, el mismo ciclo, es decir, condenado a ese volver sobre lo mismo que el pensamiento hindú denomina el Samsara. La evidencia más clara de la perenne condena a tener que encarnar y volver a reencarnar en este plano inferior o “valle de lágrimas” no hay que buscarla, entonces, en las vidas pasadas, o en el “más allá”, en una supuesta existencia de ultratumba, sino que la encontramos precisamente aquí y ahora en nuestra realidad vital de cada día, donde constantemente estamos repitiendo sin liberarnos la misma pauta, el mismo patrón de conducta con los errores, conflictos y tristezas que lleva aparejados, como si encarnáramos y reencarnáramos eterna y obstinadamente uno y el mismo personaje.
Pero para liberarnos de ese círculo vicioso y convertirlo en un círculo vital hace falta, por lo visto, que el trabajador manual y el intelectual, la razón y la voluntad, el pensamiento y la acción vayan al diálogo, colaboren y se enriquezcan mutuamente utilizando las indiscutibles prerrogativas de ese formidable espacio de comunicación y mancomunidad universal que ofrece en nuestros días Internet. Como ha dicho alguien alguna vez, en el ciberespacio vuelve el hombre a “pensar con las manos”, y el hecho de que en él tiendan a disolverse las inhibiciones, tabiques y divisiones de todo tipo no tiene por qué augurar a la Humanidad el extravío definitivo, su perdición final o el final de su perdición, sino, por el contrario, el inicio de su salvación.
Entonces, continuemos el diálogo.

Comentarios

  1. ¿Sabes Gustavo?.
    Me dejas perpleja con tu explicación, no sé porqué me sorprendes pero así es.

    Pienso que alguien tan ocupado como me imagino que lo eres, puedas tener tiempo para sentarte y explicarme todo esto del pensamiento filosófico y las maneras de barrer je.

    Lo entiendo así: Alguien piensa como barrer y otro lo hace, ¿entendí bien?.

    ¿Sabes que hice?, leer tres veces tu texto y aún así no termino de entenderlo.

    Caray es que de verdad que manera de explicar tienes y siento que buscas palabras que yo pueda entender porque siento que tu explicación es muy entendible y aún así la he tenido que leer dos veces más.

    Hablas sobre vencer el miedo.
    Tengo varios temores aún por vencer, pero creo tener la fortaleza para hacerlo, no busco la oportunidad, cuando llegue la tomaré.

    ¿Sabes que le tengo miedo a los gusanos?, pero no sabes algo que estoy haciendo, lo voy a enfrentar. ¿cómo?, muy fácil cuando me encuentre a uno tal vez trate de agarrarlo, pero no lo voy a buscar, solo si lo encuentro si no pues no hay prisa.

    ¿Y sabes también que me han dicho que soy muy inteligente?, pero creo que no he hecho nada por aprovechar mi inteligencia, la he desperdiciado, porque mira si la hubiera aprovechado sería tan lista como tu o la Pelusina.

    Voy a oir lo que me dijsite de Beethoven ahorita mismo.

    Espero algún día leer Hegel y Schopenhauer, espero entenderlos y mira que tengo un libro de hegel pero en mi vida he intentado leerlo.
    ¿Creés que valga la pena que yo lo lea?, ¿y si me hago más enredos?.

    Bueno, veré que hago, mientras tanto te agradezco toda la explicación dada y vuelvo a leer para ver si entendí bien.

    Oye, ¿no estaremos entablando un diálogo de sordos?...
    Tu hablas y yo no entiendo, je

    Saludos y un abrazo a la Pelusina.

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  2. Da gusto leerte, Gustavo. De verdad, es un placer empezar la semana con tus textos!

    Un beso a los dos.

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