De vidas pasadas


Hace unos días, un amigo muy cercano, practicante de Zen, me comentaba que había empezado a tener vivencias de sus vidas pasadas y me preguntaba qué es lo que yo creía que podía hacer con ellas.
Pensándolo bien, la experiencia es más común de lo que parece a primera vista, tan común como nuestra tendencia a ubicarla en el ámbito del llamado misticismo...
Si algo aprendí en los años ochenta, cuando tras regresar de la URSS me dediqué por puro placer a practicar la carrera de resistencia, es que solía resistir mucho más cuando empezaba a correr sin un plan o idea preconcebida de los kilómetros que debía hacer ese día.
Años después, por razones que no detallo ahora, me vi en la obligación de barrer a diario la hojarasca sobre las tumbas del cementerio de un antiguo monasterio budista. La cantidad de hojas era tan grande y el viento que las dispersaba constantemente era tan fuerte, que en un primer momento antes de empezar a recogerlas, había más razones lógicas de peso para no hacerlo que para embarcarse en el intento. Y en otras circunstancias, cuando me daban la tarea de convertir en leña con un hacha la vasta superficie redonda de la sección transversal de un grueso tronco de árbol que después de varios siglos había sido derribado ocasionalmente por algún temporal, experimentaba también un anodadamiento semejante si con iguales razones para hacerlo desde cualquier punto de la circunsferencia casi perfecta, me preguntaba por dónde era que debía empezar a cortar. El pensamiento tenía siempre un motivo para que la acción no llegara a su objeto, como Aquiles un intervalo infinitesimalmente pequeño para no alcanzar a la tortuga...
Por suerte, como se trataba de una tarea, uno tenía simplemente que hacerlo y con el primer golpe de hacha o de escoba la “voluntad schopenhaueriana” desmoronaba de una vez e irreversiblemente la coherencia racional de la “lógica hegeliana”. Al final, quedaba siempre el hecho del “incortable” tronco una vez más cortado o el “imbarrible” cementerio nuevamente barrido. Y entre los neuróticos, por racionales, argumentos de la lógica y los resultados, por irracionales, irrebatibles, de la acción de la voluntad, un silencioso espacio de suspensión, de olvido o, incluso de muerte.
“Yo, que no soy yo, soy yo” – dice en su Ensayo sobre el Bien, Kitaro Nishida. Y es que cada acto creativo o simplemente productivo, cada acción eficiente, por sencilla que sea, con la que en la realidad logramos algo concreto y tangible, que antes – el año pasado, ayer o hace cinco minutos – nos había parecido imposible, nos regala la evidencia de otra vida pasada... O del eco de otra vida que rebervera obstinadamente entre los pliegues de la memoria como entre los recovecos del Samsara.

Comentarios

  1. Tres preguntas Profesor:

    ¿Cómo saber cuál es la voluntad de Shopenhauer?

    ¿Cuál es la lógica de Hegel?

    ¿Para entenderte, debo leerlos a ellos?

    Eso sería cruel para mi.

    Última: ¿Qué es Samsara?.

    Y una forma muy fácil que te diría para barrer, es que si ves que hay muchas hojas regadas y el viento las riega por todos lados, pues solo barre para donde va el viento y las vas recogiendo de a poco y así ya no te metes en tantos líos de pensar y pensar.


    Saludos Gustavo, besos a la Pelusina.

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  2. ¡Qué fuerte, Gustavo eso de yo que no soy yo, soy yo! Me quedo suspendida en el hilo de múltiples pensamientos... llena de circunferencias ando pero espero encontrar el punto exacto para hacer leña. Gracias por estos momentos de profunda reflexión, besos.

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