Kokoro, ¿órgano o mente?

El corazón es precisamente
el corazón que extravía al corazón.
No confíes, corazón,
al corazón el corazón
*


La palabra kokoro que se representa con el ideograma () tiene como primera acepción la del órgano físico, de cuya forma el propio jeroglífico constituye ya una elegante estilización. Sin embargo, como los antiguos chinos identificaban el corazón con el órgano del pensamiento, su segunda acepción es precisamente esa: pensamiento, idea. Con todo lo que ha avanzado la ciencia en el estudio del corazón como órgano, esta identificación de los antiguos no deja de ser sutil y acertada. Por simple observación podemos constatar la estrecha relación que existe, por ejemplo, entre el ritmo cardíaco y la calidad de nuestras ideas o el funcionamiento de este órgano durante la noche y los diferentes tipos de ensoñación. Cualquier cosa que estorbe aunque sea levemente su incesante actividad se refleja en forma inmediata en lo que soñamos, y basta con que abramos los ojos cada mañana para que el ritmo cardíaco se transforme cualitativamente como si el corazón fuera hipersensible a la penetración de la luz en el refugio de nuestros cuerpos por el ventanal de nuestras pupilas, en el mismo proceso en el que el acto del despertar es, sin una pestaña de diferencia, el instante relámpago en el que se reconstituye cada día de nuestras vidas lo que llamamos nuestra realidad.
Cualquier cosa, el sonido del despertador, de una puerta que la brisa matutina cierra estrepitosamente o del claxon del auto de algún conductor apurado o inconsciente, provoca que con inmediatez atronadora se sinteticen el sonido y la luz en la brevedad infinitesimal del instante en que acontece el alumbramiento del mundo. El ideograma chino para idea () parece vincular en un mismo símbolo las nociones de corazón, luz y sonido. Los chinos representaban visualmente el sonido () con la imagen de un sol que se levanta. Cuando se eleva el sol, empieza la sinfonía de la vida, y es en ese definitorio y definitivo instante del despertar del mundo que se despierta la mente. Una idea es, por otra parte, como un sol que se levanta en nuestro corazón…
Para la cosmovisión de los chinos, de los japoneses, y en general, de otros muchos pueblos con largos siglos de historia, no existe la llamada “dualidad psico-física”, ni tampoco la dualidad de sujeto y realidad. En este sentido, el filósofo Nishida Kitarō, educado en la lectura de los clásicos chinos, enseñaba ya en su primer libro de principios del pasado siglo que no existe otra cosa que lo que él denominaba, como William James, experiencia pura, esa experiencia original que sólo a posteriori interpretamos como sujeto o como objeto. La medicina contemporánea ha tenido que reconocer la importancia de la integridad psicofísica y algunos científicos de este campo llaman incluso a recuperar para las ciencias biomédicas la teoría aristotélica de las cuatro causas, porque es imposible estudiar los órganos al margen de su funcionamiento, y éste sin considerar su integración en la totalidad del organismo y en la compleja interacción del sistema cuerpo-psique-realidad, donde el determinismo encuentra su complemento en la casualidad como la causalidad en la teleología, y donde al “por” debe agregarse el “para” para que lata el músculo cordial.
Desde este punto de vista, resulta imposible desvincular en la noción de corazón la dimensión del órgano de la de la mente. Los artistas, por cierto, lo comprenden muy bien. ¿No está precisamente la vida de toda obra maestra en la identidad orgánica del material y la idea? Y acaso por esto, la palabra kokoro (en chino xīn) tiene también una tercera acepción: el centro, la médula o esencia de toda cosa o asunto.
Para un artista marcial toda técnica es la unidad absoluta e indiscernible de movimiento físico y expresividad espiritual.
Una vez le oí decir a un profesor de Jūdō que enseñaba a sus alumnos el difícil arte del randori: “Hay que aprender del corazón para no agotarse. El corazón no puede detenerse nunca. Si se parara, se detendría la vida. El corazón siempre trabaja y siempre descansa. Si sumamos sus momentos de contracción y relajación, constataremos que de veinticuatro horas descansa dieciséis y trabaja apenas ocho. Es con esa impecable eficiencia que debemos enfrentar el randori y lo que es más, la vida”.
El libro Zen no Kokoro (El corazón del Zen) de mi maestro Morinaga Sōkō empieza precisamente por una crítica del título, concebido por otros: como Zen y corazón son una y la misma cosa, una frase semejante resulta absurda. Mente, corazón y vida se identifican en la experiencia meditativa. Zen es como una mano sin guante. Un corazón desnudo cuya sabiduría no es la de la cultura, sino la de la vida: esa sabiduría merced a la cual el mundo de lo vivo nunca ha perecido desde que nació y nuestro corazón palpita sin detenerse mientras dura nuestra existencia...
Acaso el primer paso para asimilarla es aprender la inscrita en la simple cadencia del tictac de nuestros corazones.
La definición de corazón que encontré en un común diccionario japonés-japonés me parece ahora, por ingenua, la más sugerente: "Esa cosa, mientras se mueve la cual, puede el ser humano conservar su humanidad".
Consideren ustedes si no es realmente así.

Gustavo Pita Céspedes
México, DF., 2006
Publicado en la Revista El Sótano.

* Poema anónimo citado por Takuan Sōho (1573-1645) en Fudōchi Shinmyōroku.

Comentarios

  1. Entender tu filosofía me parece un tanto complicada.
    Debo leer varias veces para entender de que hablas,y aunque no parezca difícil de entender, al final me quedo como los niños de primaria.

    Lo que se me queda es lo último que dices, y como hablas del corazón, al menos me parece una parte del cuerpo humano muy importante -obvio- que si yo no lo tuviera, no estaría hoy aquí leyéndote, aunque sea complejo para mi.

    Mi corazon me dice que debo hacerlo, que quiero hacerlo para aprender cada día más.

    Gracias Gustavo y perdón por no venir tan seguido.

    Saludos a la Pelusa trabajadora.

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  2. Gustavo Pita Céspedesnoviembre 23, 2009 5:50 p. m.

    Te agradezco mucho que te esfuerces por entender mis escritos. Cuando uno lee un texto casi siempre le queda algo por entender. Eso a mí también me pasa constantemente. La filosofía me ha enseñado a convivir con mis dudas sin desesperarme, sobre todo porque en mi caso tengo que enfrentar escritos de autores que han muerto hace muchísimo tiempo y a quienes ya no les puedo preguntar. Ese es uno de los problemas del lenguaje escrito e impreso como soporte de las ideas. Por otra parte, hay textos que uno no entiende, pero uno siente que en ellos "hay algo". Esa sensación la he tenido varias veces y en ocasiones me ha costado años - y hasta kilómetros de viajes - dar por fin con la pista que me lleva a la comprensión del pensamiento de algún autor que no alcanzo a entender, pero que por alguna razón me impresiona profundamente. Por lo visto, existe una especie de "destino" en las lecturas (algo así decía el gramático Terenciano Mauro) y que es el inconsciente el que nos hace intuir que hay algo en un determinado escrito por lo que vale la pena que - literalmente - nos "empeñemos" en su lectura. Es que cuando uno decide dedicarse a la lectura de un libro, está jugándose una carta muy importante, porque en el tiempo dedicado a la lectura es nada menos que el tiempo de la vida el que está en juego y ésta, por larga que sea, es siempre finita.De modo que tenemos que tener cuidado que cuando "apostemos" por un libro - lo cual es siempre una lotería - no perdamos la apuesta. Es por eso que no conviene seguir modas en las lecturas, ni perder tiempo inecesario en ellas, para que no derrochemos una vida que debe ser vivida y no leida. Y sin embargo, a la inversa, un buen libro - ese que sentimos que es para nosotros "un camino con corazón" (término de "Las enseñanzas de Don Juán", de Carlos Castaneda, por cierto, otro buen libro) - nos ayuda a vivir, porque tiene un mensaje para nosotros, una enseñanza de vida que puede ahorrarnos años de dudas y sufrimientos. El filósofo Descartes decía que comprender "es abrazar con el pensamiento". Y un buen libro es como un pensamiento que nos abre amorosamente los brazos a la espera de que nos cobijemos en su abrazo. En mi caso, aunque mis intenciones al escribir son buenas, no estoy seguro de la calidad final de lo que escribo, de modo que lo único que puedo ofrecerte es que si tienes alguna duda sobre algún punto de mis escritos, estoy dispuesto a responder con todo gusto a cualquier pregunta tuya. Como eres una persona inteligente y sensible, seguramente bastará con una breve explicación para que entiendas lo que más que "tus dificultades de comprensión", son "las oscuridades de mi exposición".

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  3. Lo único que me queda claro es que no creo poder cuestionarte algo, porque hay veces en que mi intelecto está por los suelos.
    Ahora mismo en tu respuesta, has citado a tres autores y yo en la vida, en la vida podría citar siquiera a uno y es que mi memoria es de teflón, lo poco que se me queda lo tengo que razonar muchas veces para poder captar algo de lo que dijiste.
    El escoger libros para mi, antes no me parecía tan difícil, pero al paso del tiempo y desacostumbrándome a la lectura, me resulta por demás peor que difícil, y más aún es que ni siquiera sé que libros podría comprar.
    Ahora que te diré que nunca he comprado libros por moda, eso no lo hago porque siento que no son buenos, en mi percepción y nunca lo he hecho ó al menos cuando creo que vale la pena comprarlo lo hago, pero solo después de estar convencida de hacerlo, vaya enredo el mío.
    Has citado a descartes, uy! ¿algún día podré leer algo de él y entenderlo?, no lo sé.
    Pero cuando lo haga ten por seguro que acudiré a ti para preguntarte algo que no entienda, que será todo me imagino, no sé.

    Muchas gracias por contestarme y por favor salúdame a la Pelusina.

    Besos y abrazos por mil.

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  4. Mucho corazón, Gustavo... se agradece. Es la segunda vez en muy poco tiempo que me recomiendan a Castaneda, al que siempre me negué a leer por toda la visión que existe de su obra, pero me queda claro que debo leerle, ya con otros ojos. Un abrazo.

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