Metáfora de la ventana y el espejo (I)

En el año 1993, mientras practicaba meditación Zen en Kioto, Japón, tuve varias vivencias que quedaron fijadas en este artículo publicado en español en La Habana en la revista Credo, dirigida por Iván González Cruz, y en Moscú, en el libro Encuentro con Descartes, en la traducción al ruso de Alexandra Rúdnieva y Verónica Spásskaya (Встреча с Декартом. Ad Marginem, М. 1996)
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Lo mejor de la filosofía clásica es una crítica del sano sentido común desde el punto de vista de la razón del “sujeto absoluto”. Lo mejor de la filosofía no-clásica es el descubrimiento del mundo de la ideología que permea tanto el sentido común como la filosofía, y el desenmascaramiento del sujeto absoluto como sujeto social e incluso político. Lo mejor, lo más humano, de la obra de Mamardashvili, a nuestro juicio, consiste en haber redescubierto, fuera de todo reduccionismo político, el mundo de la ideología como mundo trasespecular, es decir, como ilusión ontológica, como la “magia del ser que hace de la sombra una sustancia y de la sustancia una sombra”, en haber rescatado, por tanto la dimensión más profunda de la ilusión y el humano extravío, esa dimensión en la que el hombre “siempre puede perderse” y no un sentido meramente finito, político, no como extravío singular, sino como extravío esencial y posibilidad perenne. Ese extravío que como otros, presupone una duda, pero que ahora es una duda no-clásica. Ya no es la duda clásica del caballero ante la encrucijada, ni la disyuntiva cristiana de la virtud y el pecado, ni la alternativa hamletiana del “ser o no ser”, es la duda al elegir entre dos vías con igual dirección, al escoger entre la virtud y “la virtud”, entre el ser y el “ser”, entre el Yo y el “yo”, entre la realidad y su simulación sígnica o mimesis especular. Y de esa duda, paradójicamente, emerge como única realidad humana el símbolo, porque la vida del hombre es auténtica cuando es simbólica: el hombre se pierde cuando se le atrapa, como se pierde el azul del mar en la vasija, el azul del cielo en el aeróstato o lo infinito del firmamento en la mañana…
El tema de la ideología nace en la obra de Marx hermanado con el de la falsa conciencia, pero sólo sobrevive el primero y el segundo es abortado silenciosamente. La obra de Mamardashvili lo devuelve a la vida en una interpretación que lo reinscribe en su linaje indoeuropeo y lo emparenta con los “ídolos” de Bacon, el “poderoso y astuto engañador” de Descartes y la multisecular tradición hinduista del samsara y maya. Mamardashvili recupera pues un tema que en Occidente sólo subsiste como tema básico en la tradición esotérica, porque en la filosofía occidental es olvidado paulatinamente, tratado como tema de segunda mano o reducido a sus interpretaciones gnoseológicas o políticas.
Descartes debe haber sido como una especie de Mesías filosófico que dudó por todas las generaciones futuras y las redimió de la necesidad de dudar fundamentalmente, porque ni en el nihilismo de Nietzsche encontramos una duda básica, radical, como la cartesiana. Y aun así quizás tengan razón filósofos como Nishida Kitaro y su discípulo Nishitani, cuando suponen que la filosofía europea es esencialmente una filosofía del Ser, mientras que la tradición oriental y más exactamente la budista Zen se funda en la Nada, de tal modo que es sólo en el Oriente que ha existido un nihilismo absoluto, un nihilismo radical, porque únicamente al borde de la Nada absoluta se manifiesta la verdadera cualidad de Maya, la inagotable hondura del extravío y el engaño [1].
La noción de la falsa conciencia supera, empero, el radicalismo cartesiano según el cual existe el que duda. Lo que existe es la duda. Es decir, no es que de la duda se deduzca lógicamente, mediante el pensamiento, la existencia del que duda, es que de la duda se derivan ontológicamente el pensamiento y el que duda. Desde este punto de vista la duda no es meramente un estado psicológico, un simple matiz emocional o una forma de expresión cargada de confusión y negatividad. La duda es la virtualidad y la tensión del campo, es la incertidumbre en su sentido ontólogico e incluso físico. Quién soy? o qué hacer? no son preguntas, son fuerzas. Eso que el europeo expresa con un signito curvo detrás de la frase, como algo ajeno y “post-ponible”, es el alma misma de las lenguas como la japonesa cuya gramática, cual el ocasional signillo de los europeos, es en esencia rodeo (Ɂ) y cautela (.).
El término falsa conciencia es entonces, por lo pronto, mucho más rico que el de ideología y menos confuso, aun cuando más paradójico, y como cuestiona radicalmente toda pretensión de claridad o adquisición absoluta, todo estado definitivo del conocimiento o la realidad, nos remite constantemente a la Nada como al fuego que desnuda en la realidad la Idea, en la Idea la obsesión y en ésta la inestabilidad y la inquietud.
La muerte y la locura son, en el espectro de las obsesiones humanas, sus dos extremos. Y como extremos en la gama del horror se interpenetran e identifican cual dos monstruos que se disputan el alma humana en lo que tiene de individual y personal, porque individualidad y personalidad [2] son el principal objeto de sus apetitos, y ambas naufragan en las oscuras aguas de ese Averno cuyas riberas son Muerte y Locura, pero también emergen del tibio manantial que fluye del Deseo a la Obsesión.
Muerte, locura, individualidad y personalidad son personajes de tragicomedia en el Teatro de la Soledad, porque el hombre en su soledad siente que nace, existe, enloquece y muere solo, que su soledad no es histórica sino genérica, que no es condición psicológica sino ontológica. Pero quien lo siente es precisamente el hombre como individualidad y como personalidad. En el abandonado pozo de su soledad el hombre siente que se disuelve y que es gota de tiempo, brisa del futuro. Pero la personalidad, la individualidad es el pozo. Y el pozo es la reversión del paisaje, lo claro-extenso revertido en oscuro-intenso. La personalidad es al hombre, lo que el pozo al paisaje. Pozo o paisaje es, pues, el alma humana. Paisaje-pozo-paisaje. Pozo-paisaje-pozo. Como el universo mismo el alma suele contraerse y dilatarse, y quizás la cosmología moderna no sea más que una fenomenología del alma que se expande en el firmamento, se contrae en la roca y se ensimisma en el pozo…
(Continuará)
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Notas:
[1] La Nada absoluta no es definible por contraposición al Ser y se autoniega. La oscuridad no abandona el recinto cuando encendemos la luz.
[2] Nos referimos a individualidad y personalidad en su forma no natural o enfermiza de manifestación que por lo demás parece hacerse convertido para muchos en un ideal en el siglo XX. Como bien señala Nishitani: “This basic common character is the tendency for the self situated in the field of self-conciousness to close itself off, to concentrate vacously on its own interior. This might also be said to be a primitive form of subjectivism, which, in a much higher dimension, reveals itself in various forms in the areas of art, thought and praxis”. (The Eastern Buddhist. New series. Vol.XVII No.1 Spring 1984, p.2). Personalidad, individualidad y aun la llamada genialidad como atributos normales del hombre no necesitan de una exaltación especial.

Gustavo Pita Céspedes
Kioto, 1993

Comentarios

  1. Querido G, este escrito tuyo lo he llevado entre mis recortes y es siempre un placer volverlo a leer. Yo en esto de la filosofía soy todo un neófito( parafraseándote) , pero aun así me atrevo a comentarte que los términos de clásico y no clásico, aunque sirven muy bien al propósito de este planteamiento y a otras ideas, me resultan algo” incómodos “, debe ser, tal vez porque me parecen vinculados a una perspectiva académica y euro céntrica o debe ser, lo más seguro, asunto de mi limitado alcance. Pregunta : Existe lo puramente clásico? Según veo, la cuestión está planteada entre el mundo del conocimiento objetivo, sistémico sobre que ‘es el hombre , que está en el fundamento de toda la tradición esotérica, esencialmente fuera del tiempo y lo que es el mundo del saber atado al tiempo histórico y a conceptos circunscritos, horizontales, donde la idea del sujeto absoluto prima como centro, que es el caso de la experiencia clásica. Esta última concepción más bien parece una huida del conocimiento no lineal que una contraposición. Es una trama compleja la del saber y sabemos que las consideraciones intelectuales son limitadas. Por otro lado desde una mirada más amplia lo que acá se llama clásico podría cosiderarse una pequeña porción de tiempo en la historia del hombre respecto a la que ocupa el conocimiento llamado no clásico que incluso en muchas tradiciones orales, se dice, es anterior a la tierra. Aquí aunque vinculadas a la idea de la duda, parecen tratadas como situaciones paralelas, cuando me parece que no lo son exactamente.
    Me pregunto tambien: Como se veria esta cuestion, en zonas de la cultura clásica de Japon , China, la India o la cultura persa donde el mundo del conocimiento objetivo, esotérico a permeado totalmente sus formas aun en circunstancias históricas diversas?
    Yo se que esencialmente estas palabras no surgieron de consideraciones meramente intelectuales y por eso me son más valiosas. Solo quería apuntar sobre esta impresión que pudiera ser superflua, porque las ideas están exactamente expresadas para mi.
    Este es un tema que provoca preguntas.

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