Respuestas de G. a las preguntas de la Lic. D. G. (I)

D.G.: Vd. es una de las fuentes de información sobre el Zen a la que accedieron artistas jóvenes, principalmente del Instituto Superior de Arte (ISA), pero ¿cuáles fueron las suyas? (literatura, libros teóricos, arte asiático)

G.: En realidad, yo creo que hay que hablar en todo caso de un “juego de influencias”, porque si es que yo realmente pude haber influido en algo, la razón de eso estaría en que yo mismo había recibido ya mucho antes el influjo de corrientes que desde hacía años venían desarrollándose en el ISA y en la Escuela Nacional de Arte (ENA). Aunque yo había oído hablar ya del Zen durante mis estudios en Leningrado y a partir de que regresé a Cuba en 1983 tuve la oportunidad de conocer un poco más de cerca el Budismo, porque mi maestro de filosofía, Gaspar Jorge García Galló, de origen libanés, exigía que en los seminarios del Centro Nacional de Investigaciones Científicas desarrolláramos en primer lugar los temas relacionados con la filosofía en Asia (básicamente la India y China); el Budismo en general, y el Zen en particular, no empezaron a interesarme personalmente, antes de conocer alrededor del año 1985 a un joven artista cubano, graduado de la ENA y, por lo visto, ex alumno de Tomás Sánchez, llamado Leandro Soto Ortiz.
Leandro solía hablar del Zen ya por aquellas fechas, y yo sentía que en su casa el arte, más que como una profesión, funcionaba de la noche a la mañana como un modo de vida. No había manera de definir lo que hacía por entonces Leandro como artista, lo mismo pintaba que interpretaba un performance, a veces con su ex esposa Anabel Leal improvisaba pequeñas representaciones teatrales, y en más de una ocasión pude ver como en la penumbra de su estudio perfumado de incienso un par de hermosos pañuelos de mujer adquiría mágicamente la apariencia de dos geishas que bailaban al compás del shakuhachi y el shamisen. Era bastante evidente que en su caso las fronteras entre el arte y la vida, e incluso entre los diferentes tipos de arte, habían sido reducidas al mínimo posible y que su interés en lo artístico estaba estrechamente vinculado con su preocupación por la autorrealización en el sentido más amplio de esta palabra.
Me parece que por el año 1988 u 89 Leandro hizo a un viaje a España y que fue allí donde tuvo por primera vez la oportunidad de practicar zazen en un dojo fundado por algún discípulo de Taisen Deshimaru. A su regreso a Cuba trajo consigo libros de este maestro Zen de la corriente Soto. Como lo veía tan interesado, yo solía bromear con él y le decía que hasta su nombre dejaba ver que esa era justamente la escuela que a él le convenía. Por primera vez en mi vida me mostró cómo se meditaba en zazen y qué tipo de kin-hin era el que se practicaba en la escuela de Deshimaru. Por cierto, este maestro había influido personalmente en artistas como Maurice Béjart, cuya película Bhakti (1969) era muy conocida y apreciada en los círculos culturales cubanos.
Leandro me prestó los dos libros de Deshimaru que había llevado a Cuba, y mientras me los leía tranquilamente en casa, incluso probé varias veces a practicar yo mismo las nociones básicas de zazen y de kin-hin que había recibido de Leandro. En realidad, mi experiencia de aquel momento no fue más allá de la simple curiosidad, y poco después, entre mis clases del ISA, mi colaboración con la revista Albur y mis estudios del idioma japonés, me olvidé de todo aquello y no le di más importancia, pero no hay dudas de que dejó sembrada en mí una inquietud que se avivó varios años más tarde, cuando en 1993 tuve la oportunidad de visitar en dos ocasiones Japón.
(Un años más tarde, pero también a finales de la década de los ochenta, de manos de la entonces profesora de estética del ISA, Dra. Magaly Espinosa, llegó a mí un tercer libro sumamente original: Zen y psicoanálisis, fruto de la colaboración entre el filósofo y psicoanalista Erich Fromm y el “filósofo del Budismo Zen”, Suzuki Daisetsu. Debo confesar que pese a la cercanía de este texto con mi propia profesión e intereses intelectuales, cuando al correr de los años me detuve a considerar la influencia que este libro pudo haber ejercido sobre mí, en comparación con los de Deshimaru, sentí que los libros de este habían sido definitivamente para mí los más interesantes, sobre todo porque su lectura había estado antecedida por la práctica introducción didáctica que supo brindarme Leandro Soto. Por la época en que leí el libro de Suzuki, yo todavía no podía siquiera imaginar que en unos pocos años me tocaría en suerte contactar precisamente con algunos de sus discípulos y seguidores y conocer directamente el Zen en los dojos, no de la secta Sōtō, sino Rinzai. Quizás por el lugar que se le confiere en esta forma del Zen a la meditación en torno a los llamados Koans y a su “discusión sin palabras” con el maestro, pudiera parecer que, en algún sentido, no escapa a una cierta dosis de “intelectualismo”, de modo que no es raro que precisamente de ella hayan surgido, por un lado, la filosofía de Nishida y, por otro, la “Zenología” o Estudio del Zen (Zengaku) de Suzuki. Y fue, por lo visto, sentir el regusto de esa “metamorfosis” intelectual del componente dialéctico-dialógico del Zen Rinzai lo que no me satisfizo del todo en Zen y psicoanálisis de Suzuki, en el momento en que, por primera vez, llegó a mis manos en los ochenta; pero lo que no deja de ser interesante, en todo caso, es el hecho de que también este libro estuviera circulando ya por esas fechas en las aulas del ISA.)
De modo que, en realidad, lo único que yo hice fue devolver una influencia que había recibido, reintegrar al arte lo que era del arte.
Tengo la certeza de que acerca del Zen se sabía en Cuba desde mucho antes, incluso desde antes de 1959. La cubana era una intelectualidad ávida de los más diversos conocimientos. Por ejemplo, en alguna ocasión tuve la oportunidad de consultar una edición del Dào Dé Jīng (clásico de la literatura taoísta) con anotaciones personales de puño y letra del filósofo cubano Jorge Mañach Robato. Pero fue, por lo visto, propiamente la cultura artística por sus peculiares características y las funciones que desempeña en la cultura en general, y en la cubana en particular, la que supo absorber y procesar orgánicamente esa influencia de modo que pudiera extenderse por caminos insospechados y así llegar a los más diversos sectores de la sociedad cubana. La plástica debe haber sido apenas la parte más sensible del iceberg del arte nacional que reaccionó a ella, pero bajo la sección más visible podemos encontrar seguramente evidencias de su acción en la música, en la literatura y en otras manifestaciones.
Te menciono otra de las vías paralelas a través de las cuales adquirí una primera noción del Zen. Fue al profesor Antonio Alejo Alejo a quien le oí hablar por primera vez de El Libro del Té de Okakura Tenshin (Kakuzō) y de Zen y el arte del arquero japonés de Eugen Herrigel. Alejo tenía una edición bastante antigua del libro de Okakura, la cual databa, según supongo, por lo menos, de los años 30. En cuanto al libro de Herrigel, el primer ejemplar que tuve en mis manos lo encontré en los años 80 en la Biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística y llevaba el ex libris de José Lezama Lima. Seguramente tampoco la poesía (y menos la del grupo “Orígenes”) pudo mantenerse insensible al impacto de la palabra en el Zen y sospecho que entre los discípulos y seguidores de Lezama el Zen, y particularmente su poesía, deben haber sido frecuente tema de estudios y conversaciones.

Comentarios

  1. No sabía de la presencia puntual de "inquietud Zen" en la isla, y menos aún lo que menciona de Lezama, que daría por sí solo como anécdota o apunte para sacar algo más. Y qué decir de Fromm, tan próximo a estas latitudes por razones y quehaceres... También, ahora que leo esto me parecen aún más ingenuos mis comentarios sobre "Simiente Japonesa". Sigo aprendiendo, como siempre. Gracias.

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  2. Interesante, muy interesante... como Iván, tampoco me hubiera imaginado tanto interés por el zen en la isla, prueba de que uno no siempre conoce lo que cree conocer.

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