Proyecto 365, dia 94: Cuando calienta el sol...

Debo haberme saturado de sol y altas temperaturas en las casi tres décadas que viví en mi país. Mi cuerpo debe haber almacenado lo suficiente como para alimentar mi chimenea interior por el resto de mi vida, porque en cuanto comienza a calentar un poquito ya estoy yo refugiada en el rincón mas fresquito de casa y, si tengo obligatoriamente que salir, voy pescando las sombritas en la calle y deteniéndome ante las puertas de los locales climatizados para darle un respiro a mi piel.
Me bastó un solo invierno con nieve para darme cuenta de que soy un espécimen de los que reviven en esa estación. Por mucho que me gusten la primavera, el reverdecer del mundo, los pajaritos cantando y las flores explotando por doquier, entiendo que una gran parte de mi gusto se debe a que las temperaturas no pasan de 20º por esos días. La proximidad del verano me apaga un tanto, lo reconozco, y si no lo logra por completo es porque me mantiene a flote la idea de que en apenas tres o cuatro meses comenzará a refrescar nuevamente.
Y es que lo sé por experiencia propia: del calor no hay escapatoria. El estado ideal en un país como el mío es estar tumbados al lado de una piscina en un sitio cubierto, con la menor ropa posible y tomando mojitos con bastante hielo, y así y todo estarás sudando y agotado todo el día. Climatiza el lugar y terminarás constipado por los cambios de temperatura, y no hay nada peor que un dolor de garganta allí donde no puedes dejar de tomar algo frío. Cualquier intento de trabajar o estudiar es vano, el cerebro en verano (que en el Caribe se extiende a once meses por año) sencillamente no funciona y el cuerpo no le ayuda en nada.
El calor, definitivamente, no es lo mío. “Pero si naciste en tierras calientes”, me dicen unos. “¡Que envidia de playas!”, me dicen otros. “¿Saben qué?”-pienso en esos casos- “¡se las regalo toditas!”. Mientras otros sueñan con vacaciones en las islas Fiji, yo me imagino caminando por los fiordos noruegos; mientras mis amigas me envían fotos en topless junto al mar, yo les cuento la maravilla de una bebida calentita en plena nevada…

Comentarios

  1. "Del calor no hay escapatoria". Es verdad: a veces parece que arena y mar y cerveza no duran lo suficiente. En cambio, una taza de chocolate o una copa de vino y una chimenea pueden bastar, incluso, para escribir algo más que recuerdos.

    Puestos a elegir, es bueno conservar ambas posibilidades. Aunque aún no he visto la nieve...

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  2. ¿Cómo, don Ivanius, nos falta su ejemplo de Disney? ¡Carcajada! Soy muy friolenta, y la paso verdaderamente mal con las bajas temperaturas. Prefiero mil veces el calor (aunque como tú, Pelusa, soy chica primavera), pero con medida. Sip, tenemos suerte de la franja en la que vivimos (bueno, es un decir), porque con todo y todo, no tenemos calores terribles (aunque parece que estos días, el clima nos pone a prueba). Alucino los climas y aires acondicionados, nada mejor que un ventilador, si fuese el caso. La idea del mojito, esa sí, completa mi visión paradisiaca y me voy a dar un chapuzón el la piscina del otro blog, que falta que hace. Muchos besos.

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  3. Las conservamos, Ivanus. Pero como ves, lo mio fue amor a primera vista con la nieve. Quizas por no haberla tenido cerca nunca. Besos!

    Paloma: Por suerte tenemos variedad para todos los gustos. En tu ciudad hay una temperatura muy rica casi todo el año, pero once meses bajo el sol, sudando como en una sauna gigante, llegan a hartarte un poco, creeme. Un abrazo fuerte!

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