Proyecto 365, dia 61: Del placer de cambiar el mundo.

Tengo una amiga que no soporta ver las cosas mal hechas. Cuando encuentra algo que cree que pueda ser mejorado o arreglado, allá va a las instancias correspondientes y presenta una queja en toda regla. Sabe mucho sobre esto ella puesto que donde vive hay muchas cosas que no funcionan como deberían y, la mayoría de las veces, es por pura vagancia o dejadez del encargado de ponerlas en marcha.
En mi país hay muchas cosas que sufren del mismo mal por mil y una razones que no caben en este espacio. Lo cierto es que hay muy poca gente que se queja porque, a fin de cuentas, digas o no digas, alli las cosas seguirán tal y como han venido siendo. De hecho, yo nunca alce mi voz para señalar algo en toda mi vida y al principio de vivir en el extranjero, arrastrada por la inercia de la costumbre, tampoco me quejaba de nada.
Pero mi amiga me decía que mi actitud no era la correcta, que yo era un ser humano tan valioso como cualquier otro y tenia todo el derecho del mundo a dar y recibir lo mejor, que debía encontrar dentro de mí la voz que haría que el mundo a mi alrededor cambiara. “¿A quien le va a importar lo que yo piense?”-le refutaba. “A mucha gente -insistía mi amiga-. Para empezar, al primero que le debe importar tu opinión es al dueño del negocio que esta funcionando mal. Imagínate que por un defecto que has notado, decidas no regresar más por ahí. Si solo tú haces eso, no es un problema. Cliente mas cliente menos no hace la diferencia para el capitalista. Pero si de pronto muchas personas comienzan a ver lo mismo que has visto, y ellos también se van a otra parte, al final el negocio quiebra… El dueño te hubiera agradecido mas tu queja que tu silencio.”
Por mucho que ella me decía razones, la verdad es que yo estuve un buen tiempo sin tomar cartas en lo que pasaba en mi entorno. En definitiva a mi la suerte del capitalista dueño del negocio poco me importaba. Yo, igual, seguiría sin un duro en el bolsillo.
Pero algo comenzó a cambiar en mi, no me pregunten como ni cuando porque ni yo lo se. Los otros comenzaron a importarme, mi entorno dejo de ser solo un escenario para que yo representara mi papel, el gusto por las cosas bien hechas fue desplazando a la indiferencia… y un buen día presente mi primera queja. Pedí que me fotocopiaran y encuadernaran un libro y me entregaron un fajo de papeles mal cortados y con una pésima presentación. Después de decirle al muchacho que aquello no era ni medianamente aceptable y de no haber visto ni asomo de comprensión en su rostro, pedí hablar con el gerente. Este, muy amable, termino por ordenar que hicieran nuevamente y bien el trabajo con mi libro, y hasta me obsequio un par de chucherías de su tienda.
Desde entonces, cuando algo esta mal hecho no me callo. No me paso la vida quejándome, pero cuando lo he hecho he visto al mundo reajustarse frente a mí. Y cuando algo esta bien hecho tampoco me callo; porque he aprendido que es tan valida un queja constructiva como unas palabras de agradecimiento bien dichas. Total, duros más duros menos no hacen la diferencia en mis bolsillos.

Comentarios

  1. Mi abuelo decía: a veces no hay mejor manera de quejarse que pedir una razón.
    Mucho tiempo pasó antes de que yo lo entendiera cabalmente, pero es cierto. Entonces comprendí que las quejas no siempre tienen que ser gritos, y que los cambios no son solamente estruendosos.

    Quien aprende a observar, entiende; quien aprende a entender, sabe hablar; quien aprende a hablar, enseña; quien sabe enseñar, transforma el mundo.

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  2. Ivanius: Envidiable el indice flamigero de tu abuelo!
    Yo ha veces me dejo arrastrar, pero por lo general trato de que el reajuste del mundo que sucede delante de mi sea duradero.
    Ahora estoy sufriendo una racha de denuncias... Espero que pase pronto!
    Saludos

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