Proyecto 365, dia 58: Mas alla de la risa o la pena.


Ayer llegue a mi clase y, en lugar de mi experimentado profesor, me encuentro a una señora que buenamente accedió a cubrir su ausencia. Esto, por supuesto, es de agradecer, pero no mas entrar al local mi cuerpo me alerto de que algo raro sucedía: una suave música new-age había invadido sospechosamente el grato silencio de fondo acostumbrado en nuestra clase.
Mis condiscípulos me miraron todos con una expresión cómplice que evitaba mostrar la sonrisa que sus ojos no podían ocultar. Hice caso omiso a tal provocación pero a poco de andar los comprendí y, lo que es peor, compartí su estado. Aquella señora tan bien intencionada había logrado convertir nuestra clase de artes marciales en una sesión de terapia en grupo y yo –como el resto- estuve toda la primera media hora debatiéndome internamente entre la risa y la pena.
En algún momento decidí que, dado que mi tiempo era realmente importante y que el esfuerzo de la señora merecía respeto, debía sacar de esa ocasión todo el provecho que pudiera e impuse un yo serio y receptivo en mi interior subyugando a los otros dos que no me daban precisamente paz ni concentración. “A fin de cuentas, me dije, nada sucede por casualidad”.
Así pues, asumí la práctica como tal, con toda la seriedad requerida y haciendo la vista gorda ante las miradas de mis compañeros y los errores que mi cuerpo, acostumbrado a varios años de práctica, identificaba en el modelo que tenía ahora delante. Sacando conclusiones y contra todo pronostico inicial, fue un tiempo nada perdido: me ayudo a recuperar una secuencia de movimientos que hacia años había olvidado, me recordó la importancia de ciertos masajes para la salud, y me obsequio con una relajación visualización a la orilla del mar –que algunos de mis condiscípulos, hartos de la experiencia, no disfrutaron hasta el final.
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No soy una santita. Soy cubana y llevo la burla circulándome en las venas. No niego que hasta hoy no dejo de reírme con alguna de las “comparaciones” tan ocurrentes de la señora, que intentaba que viéramos un golpe certero al cuello del contrario en el gesto de amasar una dona con la mano, o que daba de comer a una grullita cuando los chinos suelen sacar un látigo protector… Pero le agradezco el haberme puesto a reflexionar sobre nuestra tendencia a la intolerancia:
¿En que momento perdemos la capacidad de fluir con el presente, esa capacidad que tiene cada niño cuando, ante la frustración que la lluvia, por ejemplo, puede traer a sus planes de juego preconcebidos, siempre e instantáneamente encuentra algo que hacer sin cuestionarse nada mas? ¿Por qué somos incapaces de ver el valor del esfuerzo ajeno? ¿Por qué somos incapaces de aceptar todo lo que la vida nos pone por delante y de aprender de ello?

Comentarios

  1. Es verdad pelusita, es capacidad de fluir con el mundo en el presente, en el aquí y el ahora, la vamos olvidando envuelta en una cortina de ego que nos impide aprender de cualquier persona y de cualquier circunstancia. Yo declaro qe no ha nada mejor que la ostentación de la ignorancia, y la capacidad de sorpresa, siempre me ha sido grata ejercer ambas. Te llevaste mejor clase que los demás, de eso no hay duda.

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  2. Te apoyo y me uno al clan de los ignorantes... aunque de vez en cuando tengas que recordarme para que estamos alli. jajaja!
    Besos Mara!

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  3. A veces lo que pasa es que nos quedamos en la primera etapa del aprendizaje, que es la extrañeza ante lo nuevo.
    Pero a veces avanza y se convierte en conversación, y al compartir extrañezas, aprendemos a llevar con orgullo (y discreción) nuestro blasón de ignorancia.
    Como Sócrates.
    Nomás.

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  4. Solo hay que estar atentos, Ivanius, de los otros peligros del avance: que nuestra bandera no brille demasiado para que no logre opacar el objetivo...
    (aprendiendo de Don Juan)
    Besos

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