Respuestas de G a las preguntas de la Lic. D.G. (III)
D.G.-¿Cómo funcionaba el tema asiático en sus clases de estética: prestaba libros, aconsejaba lecturas?
G.P.- En mis clases de Historia de la Filosofía la referencia al pensamiento asiático en general, y al Budismo Zen en particular, surgía siempre de la necesidad de crear desde el primer encuentro una base sobre la cual los estudiantes pudieran adentrarse en el mundo de las ideas filosóficas como en sí mismos, es decir, sintiendo en todo momento que los problemas de la filosofía eran los suyos propios y que eran, en el fondo, también para ellos, los más importantes.
Para eso, más que hacerles leer o escribir textos lo que hacía falta era hacerles sentir la experiencia que subyace tras el pensamiento filosófico, la experiencia de la conciencia, de su formación, de su expansión y de su trascendencia. Había que hacerles encarar símbolos, como el de la muerte, cuya simple contemplación es capaz de despertar por sí sola el movimiento del pensar. Había, por último, que hacerles sentir que tan importante como adentrarse en la filosofía es saber salir de su inteligente arquitectura y no quedar atrapados en ella.
Por eso, era fundamental que todo ocurriera naturalmente, como en un diálogo, y que la palabra escrita fuera apenas un material de apoyo y referencia.
D.G. -¿Cómo percibe usted la relación entre el Zen y las artes visuales en general? ¿Cómo la percibe en Cuba?
G.P. -Creo que es difícil “apresar” el Zen en alguna categoría y que, por otra parte, si eso sirve para algo, es precisamente para limitarse a hablar de él o abordarlo como objeto de estudio académico. También el Zen ha pasado por etapas críticas – en algunos contextos, como Japón, esta es una de ellas – y las mismas han coincidido con las de su mayor esplendor o brillo cultural, con el mayor impacto precisamente de sus objetivaciones culturales.
No hay dudas de que algunos productos del Zen pueden funcionar como arte, sobre todo en contextos donde la actividad y la conciencia artística constituyen submundos relativamente independientes dentro de la sociedad y la cultura. La meditación Zen, por ejemplo, también puede funcionar como un medio para lograr serenidad, para ser más creativos, para incrementar la “capacidad orgásmica” (como afirman los bioenergetistas) y para muchas cosas más, pero eso no quiere decir que uno de esos sea su objetivo primordial si es que, finalmente, tiene alguno. Sin embargo, dentro del argot específico del médico acaso se puede decir que esa meditación funciona como una forma eficiente de terapia.
No soy especialista en estética, ni en arte, pero mi impresión personal es que dentro de la cultura artística y, en particular, de la plástica cubana, el Zen está funcionando de muy diversas maneras: como vía de formación personal del artista, como vehículo de expresión de su personalidad, como componente de su estilo creativo, como símbolo universal-cubano en el estrato semiótico de la obra artística, como elemento estético en su “forma externa”, como contenido y tema central de la obra, etc. En otras palabras, podemos encontrarlo funcionando en la vida personal del artista como individuo y, asimismo, en su vida profesional-artística; pero también en sus obras, y dentro de ellas, tanto en el estrato más superficial, como en el más profundo. Pudiera haber algunos casos en que el Zen funcione incluso en todos estos niveles.
D.G.- ¿Recuerda algún estudiante particularmente interesado en relacionar el zen con su obra?
G.P. -Recuerdo a estudiantes de la Facultad de Artes plásticas como Rubén Fuentes o Italo Expósito, y también de la Facultad de Artes escénicas como el hoy poeta y dramaturgo Royds Fuentes Imbert; pero por otra parte, tuve además la oportunidad de percatarme personalmente del interés que sentían por el Zen importantes artistas cubanos como Eduardo Ponjuán, Arturo Montoto y Leandro Soto Ortiz, a quien antes mencionaba; para referirme únicamente a los casos en que esto resultaba para mí más evidente, porque no es menos cierto que era bastante difícil encontrar entre mis alumnos del ISA aunque fuera a uno solo a quien el Zen no le resultara en algún sentido interesante, o que no llegara a motivarlo en algún nivel de su personalidad o de su obra.
G.P.- En mis clases de Historia de la Filosofía la referencia al pensamiento asiático en general, y al Budismo Zen en particular, surgía siempre de la necesidad de crear desde el primer encuentro una base sobre la cual los estudiantes pudieran adentrarse en el mundo de las ideas filosóficas como en sí mismos, es decir, sintiendo en todo momento que los problemas de la filosofía eran los suyos propios y que eran, en el fondo, también para ellos, los más importantes.
Para eso, más que hacerles leer o escribir textos lo que hacía falta era hacerles sentir la experiencia que subyace tras el pensamiento filosófico, la experiencia de la conciencia, de su formación, de su expansión y de su trascendencia. Había que hacerles encarar símbolos, como el de la muerte, cuya simple contemplación es capaz de despertar por sí sola el movimiento del pensar. Había, por último, que hacerles sentir que tan importante como adentrarse en la filosofía es saber salir de su inteligente arquitectura y no quedar atrapados en ella.
Por eso, era fundamental que todo ocurriera naturalmente, como en un diálogo, y que la palabra escrita fuera apenas un material de apoyo y referencia.
D.G. -¿Cómo percibe usted la relación entre el Zen y las artes visuales en general? ¿Cómo la percibe en Cuba?
G.P. -Creo que es difícil “apresar” el Zen en alguna categoría y que, por otra parte, si eso sirve para algo, es precisamente para limitarse a hablar de él o abordarlo como objeto de estudio académico. También el Zen ha pasado por etapas críticas – en algunos contextos, como Japón, esta es una de ellas – y las mismas han coincidido con las de su mayor esplendor o brillo cultural, con el mayor impacto precisamente de sus objetivaciones culturales.
No hay dudas de que algunos productos del Zen pueden funcionar como arte, sobre todo en contextos donde la actividad y la conciencia artística constituyen submundos relativamente independientes dentro de la sociedad y la cultura. La meditación Zen, por ejemplo, también puede funcionar como un medio para lograr serenidad, para ser más creativos, para incrementar la “capacidad orgásmica” (como afirman los bioenergetistas) y para muchas cosas más, pero eso no quiere decir que uno de esos sea su objetivo primordial si es que, finalmente, tiene alguno. Sin embargo, dentro del argot específico del médico acaso se puede decir que esa meditación funciona como una forma eficiente de terapia.
No soy especialista en estética, ni en arte, pero mi impresión personal es que dentro de la cultura artística y, en particular, de la plástica cubana, el Zen está funcionando de muy diversas maneras: como vía de formación personal del artista, como vehículo de expresión de su personalidad, como componente de su estilo creativo, como símbolo universal-cubano en el estrato semiótico de la obra artística, como elemento estético en su “forma externa”, como contenido y tema central de la obra, etc. En otras palabras, podemos encontrarlo funcionando en la vida personal del artista como individuo y, asimismo, en su vida profesional-artística; pero también en sus obras, y dentro de ellas, tanto en el estrato más superficial, como en el más profundo. Pudiera haber algunos casos en que el Zen funcione incluso en todos estos niveles.
D.G.- ¿Recuerda algún estudiante particularmente interesado en relacionar el zen con su obra?
G.P. -Recuerdo a estudiantes de la Facultad de Artes plásticas como Rubén Fuentes o Italo Expósito, y también de la Facultad de Artes escénicas como el hoy poeta y dramaturgo Royds Fuentes Imbert; pero por otra parte, tuve además la oportunidad de percatarme personalmente del interés que sentían por el Zen importantes artistas cubanos como Eduardo Ponjuán, Arturo Montoto y Leandro Soto Ortiz, a quien antes mencionaba; para referirme únicamente a los casos en que esto resultaba para mí más evidente, porque no es menos cierto que era bastante difícil encontrar entre mis alumnos del ISA aunque fuera a uno solo a quien el Zen no le resultara en algún sentido interesante, o que no llegara a motivarlo en algún nivel de su personalidad o de su obra.
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