Zapatos nuevos

Fragmento tomado de El vino del Estío, Ray Bradbury 

crédito de imagen

— !Papá! -estalló-. Allá atrás, en aquel escaparate, aquellos Zapatos Esponjosos Pieslivianos... 
El padre ni siquiera se volvió. 
— ¿Y si me dijeras por qué necesitas zapatos nuevos? 
— Bueno... 
Era para sentirse como todos los veranos, cuando uno se saca los zapatos por primera vez y corre por la hierba. Era como sacar los pies de las mantas tibias del invierno y enfriarlos en el viento que entra por la ventana abierta, y meterlos otra vez bajo las mantas: dos bolas de nieve. Como todos los años, cuando uno vadea por primera vez las lentas aguas del arroyo y los pies aparecen un centímetro más adelante, aguas abajo, que la parte real de uno sobre el agua.
 — Papá -dijo Douglas-, no sé cómo explicarlo. 
De algún modo la gente que fabricaba zapatos de tenis sabía qué querían y necesitaban los niños. Ponían malvavisco y alambres en las suelas, y tejían el resto con hierbas blanqueadas y cocinadas al sol. En alguna parte, en la arcilla blanda de los zapatos, se escondían los delgados y duros tendones del ciervo. La gente que los hacía debía de haber visto muchos vientos en los árboles, y muchos ríos que bajaban a los lagos. En los zapatos estaba siempre el estío. 
Douglas intentó poner todo esto en palabras. 
— Si -dijo papá-, ¿pero qué ocurre con los zapatos del año pasado? ¿No están aún en el ropero?
Bueno, Douglas compadecía a los chicos que vivían en California donde se usaban zapatos de tenis todo el año, y no se sabía qué era sacarse el invierno de los pies, despojarse de los zapatos de hierro y cuero cubiertos de nieve y lluvia, y correr un día entero con los pies desnudos, y luego ponerse los primeros zapatos de tenis de la estación, mejores aún que los pies desnudos. Había magia en un nuevo par de zapatos. La magia moriría a principios de setiembre; pero ahora, a fines de junio, había aún mucha magia, y zapatos como ésos podían hacerlo saltar a uno sobre casas, ríos y árboles. Y si uno quería, podía saltar también sobre cercas, y aceras, y perros.
 — ¿No entiendes? -dijo Douglas-. No puedo usar ese par. -Pues los zapatos viejos habían muerto interiormente. Habían estado bien cuando había empezado a usarlos, el año anterior. Pero al terminar el verano, uno siempre descubría, uno siempre sabía, que con ellos no se podía saltar realmente sobre casas y ríos y árboles, y los zapatos morían entonces. Pero éste era otro año, y Douglas sentía que esta vez, con este nuevo par de zapatos, podía hacer cualquier cosa, absolutamente cualquier cosa.
__________________________________________
Licencia de Creative Commons  Diario de la Pelusa es un blog escrito por Elena Brito (Pelusa) y está bajo una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported License.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas populares