No eran aves, sino elefantes.

“Penetración del mar” es una expresión que no me resulta desconocida. En la Isla hemos tenido muchos de esos fenómenos, casi cada verano u otoño. En cada temporada ciclónica el mar se lanza sobre la Habana para reclamar el espacio que poco a poco le fuimos quitando. El mar allí comienza por aplanarse como un plato –calma chicha, le dicen a esto los marinos-, y luego embiste el litoral, se crece en olas de varios metros para saltar el muro del Malecón, cae con toda su fuerza sobre la capital y se desplaza tierra adentro anegando todo lo que encuentra a su paso. Luego se retira, como si tal cosa, dejando tras de sí un rastro de salitre y quemazón de los que la tierra y los árboles tardan en recuperarse.
Hay daños materiales, sí, sobre todo para aquellos que viven a ras del suelo cuyas casas terminan inundadas si acaso no han tenido tiempo de poner a salvo sus pertenencias. Pero estamos preparados (acostumbrados, cabría decir) y lo cierto es que, como generalmente sabemos que algo así está a punto de ocurrir, pocas veces perdemos alguna vida humana y los daños son mínimos aunque nuestra pobre economía se resienta por ellos.

Por eso, siempre que escuchaba hablar de los tsunamis y de las olas de tantos metros de altura, en mi cabecita habanera lo que sucedía era una especie de superposición de imágenes: las mismas olas que había visto siempre cruzando el Malecón, furiosas pero mayormente inofensivas como golpes de ala de un ave enorme, inundaban entonces una ciudad diferente, desconocida, mientras muchos pares de ojitos rasgados observaban divertidos desde la seguridad de los tejados –tal y como sucedía en la Isla. 

Pero no. El mar tiene miles de formas de moverse que yo ni siquiera sospechaba, y las imágenes del terrible tsunami que acaba de suceder en Japón hace unos días, esa masa compacta de agua que avanza sin miramientos, como si de un ejército de elefantes furiosos se tratase, no abandonará mis pesadillas en buen tiempo.

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Una nota curiosa:
Seguramente todos conocen la famosa imagen de Hokusai, uno de los símbolos de Japón, en la que aparece una ola enorme con el monte Fuji al fondo. Bueno, pues me he enterado de que esta ola, tan parecida a las de la Habana, NO representa un tsunami, y que las personas que aparecen en pequeños botecitos mirando hacia el agua, lejos de estarse preguntando "¿Dónde me meto ahora?" (que es lo que yo siempre imaginé), estan tratando de pescar el primer atún de la temporada.


Hay un hermoso proyecto para enviarle apoyo moral a los japoneses. Pueden encontrar informacion aqui: 1000 grullas . Aqui va mi aporte a este proyecto:


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Comentarios

  1. Pues esas olas te han traído de regreso a este blog…un abrazo, un placer leerte como siempre.

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  2. Gracias, Antonio, por la bienvenida.
    Estoy de regreso pero, como te dije antes, de a poquitos.
    Besos!

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  3. Leer tu post me ha servido de terapia en estos momentos en que estamos tan afectados por tantas tragedias. La foto del malecón, hermosísima, y esta tarde cuando llegue a casa hago mi primera grullita de papel!
    Un abrazo!

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  4. Qué imagen más hermosa, terrible y acertada esa de los elefantes, Pelusa. Ví en directo la ola y la sensación de pequeñez no se me va a olvidar nunca. Sobre la imagen de Hokusai, me has aclarado algo erróneo que había oído por ahí, siempre tan atinada. La grulla, preciosa... un beso muy grande *te extrañábamos*.

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  5. Y por cierto, Pelusilla, ¡ya hice mi propia grulla! ;o)
    http://palomazubietalopez.tumblr.com/post/3966507428/proyecto-las-1000-grullas

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  6. yo ando en el procso de desdoblar el corazón...
    es una coincidencia que me ha hecho sonreir acabando de ecribir y asomandome al tuto
    si haces mil grullas una sola puede concederte un deseo

    buen augurio.


    besos!

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